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viernes, 11 de septiembre de 2015

LA COMETA QUE VOLÓ





Había una vez una pequeña ardilla llamada Ardi a la que le encantaba jugar con su cometa.
Todos los días salía a jugar al bosque, y aquel día era perfecto, soplaba el viento y la cometa volaba bien alto. ¡Qué feliz era Ardi!


Pero de pronto, la cometa se fue alejando: ¡se le había roto el hilo! Ardi empezó a llorar, ahora estaba muy triste.
Se le acercó su amigo el conejo Orejas que jugaba también con otra cometa:
-¿Qué te pasa Ardi?
- Que mi cometa se ha ido volando y la he perdido para siempre- contestó Ardi llorando.

- No te preocupes, yo te ayudaré a encontrarla- y se fue a buscarla.


Orejas fue a casa del Señor Ratón, que estaba almorzando un gran trozo de queso.
- Buenos días Señor Ratón, ¿ha visto por aquí una cometa como esta, pero roja y con un gran sol?
- No, lo siento Orejas, no la he visto.

Orejas se fue, tenía que seguir con la búsqueda.


De pronto, el zorro Fox apareció con algo en la mano, ¡era la cometa de Ardi!
- Hola Ardi, he visto esto enganchado en un arbusto y pensé que sería la tuya.

- ¡Sí, es la mía, la había perdido y tú la has encontrado!


Ardi arregló el hilo de la cometa mientras Fox iba a buscar a Orejas.

Se juntaron los tres y jugaron con sus cometas. ¡Ardi era feliz de nuevo!



Fin

domingo, 6 de septiembre de 2015

UN CUERPO EN LAS VÍAS (Parte 2)

Al no encontrar documentación y ver que la ropa no parecía la de un mendigo, se llamó a las hermanas Vista.

En ese momento llegó Armando Flores, un agente muy joven, pero con un defecto insoportable: era un machista de pies a cabeza y que, casualmente no se encontraba bajo las órdenes de una mujer, sino de DOS, por ese motivo estaba siempre de mal humor, pero aun así ere muy eficaz en su trabajo; ningún caso se le resistía por difícil que fuera, no paraba hasta resolverlo.

Cuando las detectives le ordenaron buscar la documentación que, posiblemente, el difunto había perdido. No protestó, cosa curiosa, dado que siempre protestaba con ella. Sonrió, asintió con la cabeza y obedeció.

Carlos Picadillio, el forense, empezó a limpiar el cuerpo para empezar la autopsia. Estaba limpiándole la cabeza y empezó a descender con el agua y de pronto se detuvo; el cadáver tenía algo que nadie había visto antes: en las muñecas de la víctima había sangre, pero precia que la hubieran puesto ahí. Después se fijó en el cuello, ya limpio, pero parecía que también habían estado las mismas marcas, al igual que en los tobillos y piernas. Sin ninguna duda, esas marcas serían la clave para resolver el caso; las fotografió y siguió limpiando el cuerpo.

Al poco rato recibió la llamada de Paula Vista, no habían encontrado ninguna documentación; por lo tanto, se tenían que recoger las muestras dentales y mandarlas al laboratorio para que las cotejaran con los registros dentales. A las pocas horas obtuvo respuesta, el cadáver correspondía a Juan Ramírez,  un hombre muy querido por todos, dado que ayudaba a todo el mundo.

Carlos llamó a las hermanas Vista y les dio la información. Ellas la transmitieron a sus compañeros y empezaron a investigar la gente que le conocía. Armando Flores fue a hablar con la viuda del señor Ramírez; le hizo el cuestionario y volvió con la información a comisaria. Nadie sabía que podía estar haciendo en las vías.

Minutos más tarde, Carlos Picadillio llamó por teléfono; tenía más información. Las señales el difunto tenía en el cuerpo habían sido hechas por alguien vivo, alguien que manipuló la sangre del cuerpo para ocultar algo a simple vista; pero no tuvo en cuenta la ciencia.
Las marcas habían sido causadas por ligaduras que le sujetaban a las vías y posteriormente quitadas, para así aparentar un suicidio, pero en realidad no se trataba de eso ni de un accidente, era un asesinato.
En la comisaría empezaron a buscar todos los papeles que contuvieran información sobre familiares, para poder encontrar el móvil del crimen, pero no encontraron nada.

Podría haber sido la viuda, pero no disponía de la fuerza suficiente para poder transportar el cuerpo hasta las vías y atarlo, tendría que haber sido alguien más, alguna otra persona…

Le preguntaron a Armando Flores si conocía algo sobre la familia del difunto, y contestó que sólo sabía lo que le había contado la viuda: se quería separar; era un buen motivo para querer acabar con él…

Siguieron investigando, y descubrieron que la mujer tenía un amante, pero desconocían la identidad del hombre misterioso. Decidieron vigilar la casa de la viuda, hasta que de pronto, dieron con el amante, era Armando Flores, el mismo Armando que colaboró con la investigación.

Le preguntaron qué hacía allí y él les contestó que había ido a ver a la viuda para darle las condolencias e intentar descubrir algo nuevo. Los agentes que le descubrieron no querían ni imaginarlo, pero era una actitud muy sospechosa y decidieron seguirle como posible sospechoso.

Le pusieron vigilancia constante, y al día siguiente,  le siguieron hasta el puente de un río, donde vieron que tiraba algo a las aguas y que, por suerte, había caído sobre una roca. Cuando recogieron lo lanzado lo detuvieron como sospechoso.

El elemento recogido eran las cuerdas que habían atado el cuerpo de la víctima a las vías, y que, hasta ese momento, estaban desaparecidas.

Como era el único y principal sospechoso, lo llevaron a comisaría para interrogarlo. Después de confesar el crimen, le preguntaron por qué lo había hecho, y él respondió: “estaba harto de recibir órdenes de mujeres, siempre, en casa, en la escuela, instituto, universidad, y ahora en el trabajo. Así podría matar dos pájaros de un tiro, la viuda y yo podríamos estar juntos sin necesidad de escondernos, y las detectives Vista fracasarían de una maldita vez”.


Tras el juicio le encerraron en prisión, pero al poco lo sacaron para internarlo en un hospital psiquiátrico; su machismo enfermizo lo había convertido en una persona obsesionada y realmente enferma.


FIN

UN CUERPO EN LAS VÍAS (parte 1)

Mi nombre es Laura Fernández, tengo veinte años y soy de un pequeño pueblos de la Comunidad Valenciana. Lo que voy a contar a continuación es una historia que nos ocurrió a dos amigos y a mí, hace ya diez años mientras pasaba las vacaciones de verano en casa de mi abuela.

Un día muy caluroso, llegó a comisaria una llamada telefónica de la red ferroviaria. Quien llamaba era maquinista del tren, que estaba extremadamente nervioso; pero se le llegaron a entender perfectamente las palabras “grave accidente”, “cadáver” y “vía”. Intentaba explicar que hacía unos pocos minutos, había atropellado a una persona en las vías del tren. No lo tenía muy seguro, la verdad, habría jurado que no lo había tocado, pero aun así, admitió el atropello.

En ese momento, Paula y Clara Vista, dos hermanas que trabajaban como detectives en comisaria, se dirigieron al lugar de los hechos; ellas serían las encargadas de dirigir las investigaciones.

Cuando llegaron al lugar del accidente, estaba lleno de curiosos que se habían ido amontonando. La alarma la dimos Pedro Gutiérrez, Sandra García y yo; quienes encontramos el cadáver mientras buscábamos una pelota que se nos había escapado mientras jugábamos.

Con paciencia, la policía fue despejando la zona y pudieron empezar su trabajo junto con la ayuda de los detectives.

El cuerpo sin vida se encontraba en medio de las vías, y no había señales de que hubiera estado de pie en el momento del accidente; más bien parecía que hubiera estado agachado, o incluso tumbado. Nada hacía sospechar que fuera un accidente, más bien todo lo contrario, perecía un suicidio.

Al examinar el cuerpo, la cara estaba completamente desfigurada, al parecer el golpe había sido en la cara, siendo imposible reconocerlo; al mirarlo más detenidamente, las puntas de los dedos parecían haber sido quemadas, como si alguien hubiera intentado borrarle las huellas dactilares. Tras la primera exploración del cuerpo por parte del forense, esperaron la llegada del juez para que ordenara el levantamiento del cadáver.

Por fin llegó el juez, era un hombre mayor, muy conocido por todos ya que llevaba muchos años en el puesto. Habló un rato con el forense, Carlos Picadillio, un joven italiano que había llegado a la ciudad como alumno en prácticas y le habían ofrecido quedarse.

En el instituto anatómico forense, Carlos empezó a inspeccionar el cadáver, buscando en la ropa por si había algún documento que ayudara a su identificación, pero no encontró nada.

Tal vez fuera un mendigo que había bebido más de la cuenta y había ido a dormir bajo el puente, siendo arrastrado por el tren hasta aquel punto; o tal vez se habría desmayado mientras cruzaba las vías a causa del fuerte estado de embriaguez. Pero era extraño, no olía a alcohol ni parecía que hubiera consumido drogas.



Continuará...