Era tan hermosa, y no sólo por fuera; siempre fue una mujer
muy alegre, feliz, parecía que no tuviera problemas, y ante cualquier adversidad
sonreía y decía “Ya pasará la mala racha”, con esa sonrisa burlona que la
caracterizaba. ¡Cómo la amaba!
La conocí en la universidad, ambos estudiábamos filología
inglesa y fue un flechazo. Quedé prendado cuando vi su larga y pelirroja
melena, y cuando hablé con ella por primera vez supe que ella era para mí y yo
para ella. Compartíamos los mismos gustos en comida, películas, incluso en el
tema de autores, a ambos nos gustaba Poe, y amábamos a Mary Shelley; bueno,
ella era a la inversa, amaba a Poe y le gustaba Mary Shelley.
Siempre me decía que Poe era su “amor platónico”, por el
sentimiento que desprendían sus obras; yo, me limitaba a escuchar cómo me las
leía en voz alta. Cierro los ojos y aún veo su sonrisa, en mi mente resuena su
voz recitando de memoria el poema de “El
Cuervo” con esa pasión y sentimiento que ella siempre le ponía.
Aún recuerdo el día en que recibí una llamada desde un
número desconocido, era del hospital, me informaban que mi amada había
ingresado en la UVI (Unidad de Vigilancia Intensiva), en estado muy grave,
después de un accidente de tráfico que redujo su coche a una lata de sardinas. Iba
a visitarla el tiempo que me estaba permitido, hasta que una noche, a las 3 de
la madrugada, llegó la llamada que rezaba no recibir: mi amor, mi princesa, mi adorada
“Annabel Lee” había muerto.
Tras la trágica noticia mi vida no volvió a ser la misma;
dejé las clases, apenas me relacionaba, y me pasaba los días leyendo las obras
que “ella gustaba leer y que ya no leerá nunca
más”. Perdí a todos los que me rodeaban, fui yo quien les aparté de mi vida
de una patada, sólo tenía sus libros, el cojín que a ella le gustaba usar y mi
existencia, mi mera y simple existencia.
Un día ordenado los libros di con uno de los míos; ya había olvidado los libros que solía leer
cuando ella vivía; el libro de “Frankenstein o el nuevo Prometeo”. Lo cogí con
curiosidad, como si lo hubiese visto por primera vez y lo empecé a hojear como
quien mira un libro en la tienda para asegurarse si comprarlo o no. Lo empecé a
leer con la curiosidad de quien lo lee por primera vez. Durante un mes leí y
releí esta obra, hasta que el dolor se fue mitigando ante la idea de
recuperarla.
Al igual que el Dr Víctor Frankenstein, llegué a la
conclusión de que la podría recuperar, pero para ello necesitaría cuerpos que
se asimilaran al suyo, dado que ella fue incinerada. La Ciencia me decía que
eso era imposible, pero el poder del amor me decía “¿por qué no?”.
Continuará….
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