Hace tiempo, en un pequeño zoo de una gran ciudad, se
desató un gran barullo lleno de emoción e inquietud. ¡Habían llegado los
camiones con los nuevos animales que iban a vivir allí!
Llegaron cebras, leones, tigres e incluso pingüinos,
los cuales habían ido hasta la Antártida para recogerlos.
Cada camión se dirigió al recinto requerido: el de los
leones se parecía a la sabana, todo de colores marrones y árboles secos donde
resguardarse del sol; las cebras se encontraban en un prado verde con un
pequeño riachuelo para beber; los tigres en un recinto cerrado rodeado por un
gran estanque donde refrescarse y un gran muro para no escapar.
En el caso de los pingüinos, el camión se dirigió a
una sala que parecía su hogar, todo era blanco y con temperaturas muy bajas, en
invierno, se abría una pequeña trampilla que comunicaba con el exterior.
Las puertas del camión se abrieron y los pingüinos
quedaron amontonados al fondo del remolque. Los operarios entraron y les
hicieron salir. Poco a poco, todos entraron en su nueva casa, todos pegados a
su pareja menos uno, al que le empezaron a llamar Only.
Only había perdido a su compañera cuando les
capturaron, ella consiguió escapar, pero él no. Se pasaba los días quieto en un
rincón, comía lo justo para mantenerse en pie, hasta que empezó a habituarse a
ello; era duro, pero no tenía nada que hacer.
Cuando llegó el invierno decidió dar el gran paso,
dejó de esconderse de sus compañeros y decidió salir con ellos cuando la
trampilla se abrió.
La luz era muy intensa, mucho más que la de la sala en
la que estaban y la temperatura no era tan baja como la de la Antártida, pero se estaba bien.
Al salir, Only no sólo se dio cuenta de ésto, sino que
algo llamó su atención: una pequeña bola blanquecina que se parecía a un huevo.
Se acercó poco a poco, ¡un huevo, y aún estaba calentito! Miró a un lado, miró
al otro en busca de la madre, pero no dio con ella, así que, poco a poco, lo
empujó con el pico hasta ponerlo sobre sus pies, debajo de su barriga.
- Aquí estará calentito- pensó, y sin más empezó a
andar con cuidado para no romperlo.
Todos sus compañeros le miraban y cuchicheaban a sus
espaldas:
- Se ha vuelto loco- decían- ¿Qué hace con ese huevo
si no tiene mujer?
Only no les hizo caso, y a la hora de dormir, entró en
el recinto y se acurrucó en su esquina, apartado de los demás pingüinos y sus
críticas.
Para los demás pingüinos era muy raro que uno de sus
compañeros incubara un huevo sin tener pareja y sin ser suyo, pero a él le daba
igual, le pareció una idea genial el adoptarlo, los dos estaban solos y así ya
no lo estarían más.
Pasaban los días y Only no se apartaba ni por un
segundo del huevo, tenía que mantenerlo calentito para que el pequeño pudiera
romper el cascarón.
Después de 27 días el huevo se empezó a mover, ¡el
bebé estaba listo para salir! Only dio un grito de alegría y todos los demás
pingüinos se acercaron para ver lo que sucedía.
Poco a poco el cascarón se fue rompiendo y salió una
pequeña criatura.
- ¿Qué es eso?- preguntaban todos- ¡Eso no es un
pingüino!
El pequeño que salió del huevo era un gansito, a la
madre se le había escapado el huevo y Only lo había adoptado.
Cuando los cuidadores se dieron cuenta intentaron
separarlos, porque pensaban que un macho soltero no podría hacerse cargo de un
bebé y menos de otra especie. Les resultó una misión imposible, ya que Only se
enfadaba con ellos cada vez que intentaban acercarse a su pequeño: ante todo
era su hijo y tenía que defenderlo. Así
que tuvieron que arreglar una sala especial para los dos, con una temperatura
media, para que pudieran estar juntos.
Se sentía orgulloso por ser padre soltero, y además
por haber adoptado a una criatura de otra especie que había quedado sola.
El ganso nunca se separó de su padre, y aunque era
evidente que era adoptado permaneció a su lado, sin importarle lo que dijeran
los otros animales del zoo: Only era su padre, el único que se había preocupado
por él y que le cuidaba, y no necesitaba más.
Nunca aprendió a ser un verdadero ganso, pero no fue
ningún problema, estaba en su casa y con su familia, y eso era lo único que
importaba. Se sentía un pingüino más.
FIN